Himnos Dominicanos

facsimil del himno nacional
Facsimil del himno nacional

Himnos de la República Dominicana

Las letras del primer himno nacional fueron escritas por Félix María del Monte (1819-1899). “La noche en que se proclama la independencia nacional, acude con los promotores del movimiento separatista al Baluarte del Conde, lugar escogido para la cita hazañosa, y allí mismo improvisa el primer himno dominicano” (Balaguer, Los próceres escritores). (Ver el texto de dicho primer himno)

Ravelo (Historia de los Himnos Dominicanos) dice: “Este himno, letra del poeta Félix M. del Monte y música del coronel Juan Bautista Alfonseca, debía ser realmente el único si los dominicanos hubieran sentido más inclinación por las cosas de su tierra… Escrito por dos prestantes compatriotas en el instante mismo en que nos hicimos libres, no ha debido de ninguna manera abandonarse por cuestiones de política de partidos. Cuando Alfonseca y de Del Monte escribieron el Canto Patriótico de la naciente República Dominicana pertenecían tan sólo al único y sacratísimo partido de la Independencia. Más tarde, al organizarse los bandos que dirigieron [Pedro] Santana y [Buenaventura] Báez, aquellos ciudadanos militaron en las filas del rojismo [“baecismo”] y esa parece ser la causa que influyó poderosamente en el abandono del Himno del 1844… Pero de tal suerte llegó a ser olvidado (a pesar de ser el único de nuestros himnos que se cantó en el campo de batalla, cuando nuestros hermanos luchaban por afianzar la independencia nacional), que en los últimos gobiernos presididos por el general Buenaventura Báez, la República no tenía himno y se hacían honores al Jefe del Estado con las solemnes notas del Canto Nacional de Inglaterra”.

Para 1865, “cuando la voluntad de ser libre agrupa nuevamente a los dominicanos bajo las banderas de la restauración”, Manuel Rodríguez Objío escribe un segundo himno, “de la rebelión de la conciencia nacional contra el dominio de España, tendencia patriótica representada por quienes sostenían como una enseña en sus manos el ideal de la independencia absoluta” (Balaguer, Los próceres escritores).

Sobre este segundo himno, Ravelo refiere: “Al general Gregorio Luperón se debe que el poeta Rodríguez Objío y el Maestro Ignacio Martí Calderón escribieran respectivamente la letra y la música del Himno. Este otro Canto Nacional, que tampoco ha debido olvidarse, fue popularísimo en las provincias del Norte y del Centro de la República. Cuando el Himno de [José] Reyes comenzó a generalizarse en aquellas regiones, se tocaba en las fiestas del 27 de febrero, y aquel en las del 16 de agosto”.

Continúa Ravelo: “Cuando el 14 de marzo de 1871, el general Luperón salió de Capotillo haitiano con 45 patriotas para protestar con las armas por la anexión de nuestro país a Estados Unidos de América, aquellos valientes, entre los cuales iba el autor de la letra, emprendieron la marcha cantando el Himno de Capotillo con música que se supone improvisaron puesto que la verdadera, la que compuso el maestro Ignacio Martí Calderón, fue escrita, poco más o menos, en el año 1885”.

El Himno de Rodríguez Objío es un grito de protesta contra la supervivencia en Santo Domingo de todo resto de dominación española:

Ahora nuevo maldito tirano,
Por saciar su funesta ambición,
Quiere arriar con impúdica mano
De esa patria el sagrado pendón.

Ya el clarín belicoso resuena,
Y a la lid nos impulsa el honor;
Del oprobio al romper la cadena
¡Proscribamos por siempre al traidor!

Vencedores heroicos de España
¡De otro yugo la Patria salvad!
Compatriotas, afrenta tamaña
De traidores, con sangre borrad!

¡A la lid a vencer!  ¡Guerra!  ¡Guerra!
No haya tregua jamás ni perdón,
Para el vil que tornó de otra tierra
Meditando venganza y traición.

Capotillo es el grito sonoro
Que se debe elevar por doquier;
Que al salvar nuestro patrio decoro,
Protestemos morir o vencer!

La victoria, feliz nos espera;
Ya se ven los traidores temblar,
Y al fijar nuestra sacra bandera,
Gloria eterna nos va a coronar.

De los bravos que allá en Capotillo
Restauraron invictos la cruz.
La aureola del fúlgido brillo
En la vida nos sirva de luz.

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