Poemas patrióticos

Poemas patrióticos

José María Heredia
(1803-1839)
  1. Himno del desterrado
  2. A Emilia
  3. Vuelta al sur

Lista de poemas


Regresar a biografía de José María Heredia y Heredia

Regresar a La Diáspora


Himno del desterrado

Reina el sol, y las olas serenas
corta en torno la proa triunfante,
y hondo rastro de espuma brillante
va dejando la nave en el mar.
«¡Tierra!» claman; ansiosos miramos
al confín del sereno horizonte,
y a lo lejos descúbrese un monte…
le conozco… ¡Ojos tristes, llorad!

Es el Pan… En su falda respiran
el amigo más fino y constante,
mis amigas preciosas, mi amante…
¡Qué tesoros de amor tengo allí!
Y más lejos, mis dulces hermanas
y mi madre, mi madre adorada,
de silencio y dolores cercada
se consume gimiendo por mí.

Cuba, Cuba, que vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura,
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu suelo feliz!
¡Y te vuelvo a mirar…! ¡Cuán severo
hoy me oprime el rigor de mi suerte!
La opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.

Mas, ¿qué importa que truene el tirano?
Pobre, sí, pero libre me encuentro:
sola el alma del alma es el centro:
¿Qué es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y proscripto me miro,
y me oprime el destino severo,
por el cetro del déspota ibero
no quisiera mi suerte trocar.

Pues perdí la ilusión de la dicha,
dame ¡oh gloria! tu aliento divino.
¿Osaré maldecir mi destino,
cuando puedo vencer o morir?
Aun habrá corazones en Cuba
que me envidien de mártir la suerte,
y prefieran espléndida muerte
a su amargo, azaroso vivir.

De un tumulto de males cercado
el patriota inmutable y seguro,
o medita en el tiempo futuro,
o contempla en el tiempo que fue,
cual los Andes en luz inundados
a las nubes superan serenos,
escuchando a los rayos y truenos
retumbar hondamente a su pie.

¡Dulce Cuba! en tu seno se miran
en su grado más alto y profundo,
la belleza del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
te hizo el Cielo la flor de la tierra:
mas tu fuerza y destinos ignoras,
y de España en el déspota adoras
al demonio sangriento del mal.

¿Ya qué importa que al cielo te tiendas,
de verdura perenne vestida,
y la frente de palmas ceñida
a los besos ofrezcas del mar,
si el clamor del tirano insolente,
del esclavo el gemir lastimoso,
y el crujir del azote horroroso
se oye sólo en tus campos sonar?

Bajo el peso del vicio insolente
la virtud desfallece oprimida,
y a los crímenes y oro vendida
de las leyes la fuerza se ve.
y mil necios, que grandes se juzgan
con honores al peso comprados,
al tirano idolatran, postrados
de su trono sacrilego al pie.

Al poder el aliento se oponga,
y a la muerte contraste la muerte:
la constancia encadena la suerte;
siempre vence quien sabe morir.

Enlacemos un nombre glorioso
de los siglos al rápido vuelo:
elevemos los ojos al cielo,
y a los años que están por venir.

Vale más a la espada enemiga
presentar el impávido pecho,
que yacer de dolor en un lecho,
y mil muertes muriendo sufrir.
que la gloria en las lides anima
el ardor del patriota constante,
y circunda con halo brillante
de su muerte el momento feliz.

¿A la sangre teméis…? En las lides
vale más derramarla a raudales,
que arrastrarla en sus torpes canales
entre vicios, angustias y horror.
¿Qué tenéis? Ni aun sepulcro seguro
en el suelo infelice cubano.
¿Nuestra sangre no sirve al tirano
para abono del suelo español?

Si es verdad que los pueblos no pueden
existir sino en dura cadena,
y que el Cielo feroz los condena
a ignominia y eterna opresión,
de verdad tan funesta mi pecho
el horror melancólico abjura,
por seguir la sublime locura
de Washington y Bruto y Catón.

¡Cuba! al fin te verás libre y pura
como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores le sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.


Volver al índice de poemas patrióticos


A Emilia

Desde el suelo fatal de su destierro
tu triste amigo, Emilia deliciosa,
te dirige su voz; su voz que un día
en los campos de Cuba florecientes
virtud, amor y plácida esperanza
cantó felice, de tu bello labio
mereciendo sonrisa aprobadora,
que satisfizo su ambición. Ahora
sólo gemir podrá la triste ausencia
de todo lo que amó, y enfurecido
tronar contra los viles y tiranos
que ajan de nuestra patria desolada
el seno virginal. Su torvo ceño
mostróme el despotismo vengativo,
y en torno de mi frente, acumulada
rugió la tempestad. Bajo tu techo
la venganza burlé de los tiranos.
Entonces tu amistad celeste, pura,
mitigaba el horror a las insomnias
de tu amigo proscripto y sus dolores.
Me era dulce admirar tus formas bellas
y atender a tu acento regalado,
cual lo es al miserable encarcelado
el aspecto del cielo y las estrellas.

Horas indefinibles, inmortales,
de angustia tuya y de peligro mío,
¡Cómo volaron! Extranjera nave
arrebatóme por el mar sañudo,
cuyas oscuras turbulentas olas
me apartan ya de playas españolas.

Heme libre por fin: heme distante
de tiranos y siervos. Mas, Emilia,
¡Qué mudanza cruel! Enfurecido
brama el viento invernal: sobre sus alas
vuela y devora el suelo desecado
el yelo punzador. Espesa niebla
vela el brillo del sol, y cierra el cielo,
que en dudoso horizonte se confunde
con el oscuro mar. Desnudos gimen
por doquiera los árboles la saña
del viento azotador. Ningún ser vivo
se ve en los campos. Soledad inmensa
reina, y desolación, y el mundo yerto
sufre el invierno cruel la tiranía.

¿Y es ésta la mansión que trocar debo
por los campos de luz, el cielo puro,
la verdura inmortal y eternas flores
y las brisas balsámicas del clima
en que el primero sol brilló a mis ojos,
entre dulzura y paz…? Estremecido
me detengo, y agólpanse a mis ojos
lágrimas de furor… ¿Qué importa? Emilia,
mi cuerpo sufre, pero mi alma fiera
con noble orgullo y menosprecio aplaude
su libertad. Mis ojos doloridos
no verán ya mecerse de la palma
la copa gallardísima, dorada
por los rayos del sol en occidente;
ni a la sombra de plátano sonante
el ardor burlaré de mediodía,
inundando mi faz en la frescura
que espira el blando céfiro. Mi oído,
en lugar de tu acento regalado,
o del eco apacible y cariñoso
de mi madre, mi hermana y mis amigas,
tan sólo escucha de extranjero idioma
los bárbaros sonidos: pero al menos
no lo fatiga del tirano infame
el clamor insolente, ni el gemido
del esclavo infeliz, ni del azote
el crujir execrable, que emponzoñan
la atmósfera de Cuba. ¡Patria mía,
idolatrada patria! tu hermosura
goce el mortal en cuyas torpes venas
gire con lentitud la yerta sangre,
sin alterarse al grito lastimoso
de la opresión. En medio de tus campos
de luz vestidos y genial belleza,
sentí mi pecho férvido agitado
por el dolor, como el océano brama
cuando le azota el norte. Por las noches,
cuando la luz de la callada luna
y del limón el delicioso aroma
llevado en alas de la tibia brisa
a voluptuosa calma convidaban,
mil pensamientos de furor y sana
entre mi pecho hirviendo, me nublaban
el congojado espíritu, y el sueño
en mi abrasada frente no tendía
sus alas vaporosas. De mi patria
bajo el hermoso desnublado cielo,
no pude resolverme a ser esclavo,
ni consentir que todo en la Natura
fuese noble y feliz, menos el hombre.
miraba ansioso al cielo y a los campos
que en derredor callados se tendían,
y en mi lánguida frente se veían
la palidez mortal y la esperanza.

Al brillar mi razón, su amor primero
fue la sublime dignidad del hombre,
y al murmurar de «Patria» el dulce nombre,
me llenaba de horror el extranjero.
¡Pluguiese al Cielo, desdichada Cuba,
que tu suelo tan sólo produjese
hierro y soldados! ¡La codicia ibera
no tentáramos, no! Patria adorada,
de tus bosques el aura embalsamada
es al valor, a la virtud funesta.
¿Cómo viendo tu sol radioso, inmenso,
no se inflama en los pechos de tus hijos
generoso valor contra los viles
que te oprimen audaces y devoran?

¡Emilia! ¡dulce Emilia! la esperanza
de inocencia, de paz y de ventura
acabó para mí. ¿Qué gozo resta
al que desde la nave fugitiva
en el triste horizonte de la tarde
hundirse vio los montes de su patria
por la ¿postrera vez? A la mañana
alzóse el sol, y me mostró desiertos
el firmamento y mar… ¡Oh! ¡cuan odiosa
me pareció la mísera existencia!
Bramaba en torno la tormenta fiera
y yo sentado en la agitada popa
del náufrago bajel, triste y sombrío,
los torvos ojos en el mar fijando,
meditaba de Cuba en el destino,
y en sus tiranos viles, y gemía,
y de rubor y cólera temblaba,
mientras el viento en derredor rugía,
y mis sueltos cabellos agitaba.

¡Ah! también otros mártires… ¡Emilia!
doquier me sigue en ademán severo
del noble Hernández la querida imagen.
¡Eterna paz a tu injuriada sombra,
mi amigo malogrado! Largo tiempo
el gran flujo y reflujo de los años
por Cuba pasará, sin que produzca
otra alma cual la tuya, noble y fiera.
¡Víctima de cobardes y tiranos,
descansa en paz! Si nuestra patria ciega,
su largo sueño sacudiendo, llega
a despertar a libertad y gloria,
honrará, como debe, tu memoria.

¡Presto será que refulgente aurora
de libertad sobre su puro cielo
mire Cuba lucir! Tu amigo, Emilia,
de hierro fiero y de venganza armado,
a verte volverá, y en voz sublime
entonará de triunfo el himno bello.
mas si en las lides enemiga fuerza
me postra ensagrentado, por lo menos
no obtendrá mi cadáver tierra extraña,
y regado en mi féretro glorioso
por el llanto de vírgenes y fuertes
me adormiré. La universal ternura
excitaré dichoso, y enlazada
mi lira de dolores con mi espada,
coronarán mi noble sepultura.


Volver al índice de poemas patrióticos


Vuelta al sur

Vuela el buque: las playas oscuras
a la vista se pierden ya lejos,
cual de Febo a los vivos reflejos
se disipa confuso vapor.
y la vista sin límites corre
por el mar a mis ojos abierto,
y en el cielo profundo, desierto,
reina puro el espléndido sol.

Del aliento genial de la brisa
nuestras velas nevadas llenamos,
y entre luz y delicia volamos
a los climas serenos del sur.
a tus yelos adiós, norte triste;
de tu invierno finaron las penas,
y ya siento que hierven mis venas,
prometiéndome fuerza y salud.

¡Salve, cielo del sur delicioso!
Este sol prodigóme la vida,
y sus rayos en mi alma encendida
concentraron hoguera fatal.
De mi edad las amables primicias
a tus hijas rendí por despojos,
y la llama que aún arde en mis ojos
bien demuestra cuál supe yo amar.

¡Oh recuerdos de paz y ventura!
¡Cómo el sol en tu bello occidente
inundaba en su luz dulcemente
de mi amada la candida faz!
¡Cómo yo, del naranjo a la sombra,
en su seno mi frente posaba,
y en sus labios de rosa libaba
del deleite la copa falaz!

¡Dulce Cuba! En tus aras sagradas
la ventura inmolé de mi vida,
y mirando tu causa perdida,
mis amores y amigos dejé.
mas tal vez no está lejos el día
(¡Cuál me anima tan bella esperanza!)
en que armado con hierro y venganza
a tus viles tiranos veré.

¡Cielo hermoso del sur! Compasivo,
tú me tornas la fuerza y aliento,
y mitigas el duro tormento
con que rasga mi seno el dolor.
al sentir tu benéfico influjo,
no al destino mi labio maldice,
ni me juzgo del todo infelice
mientras pueda lucirme tu sol.

¡Adiós yelos! ¡Oh lira de Cuba!
Cobra ya tu feliz armonía,
y del sur en las alas envía
himno fiel de esperanza y amor.
Por la saña del norte inclemente
destrozadas tus cuerdas se miran;
mas las brisas, que tibias suspiran,
te restauran a vida y vigor.

Yo te pulso, y tus ecos despiertan
en mis ojos marchitos el llanto
¡Cuál me alivias! Tu plácido encanto
la existencia me fuerza a sentir.
¡Lira fiel, compañera querida
en sublime delicia y dolores!
De ciprés y de lánguidas flores
ya te debes por siempre ceñir.

¡Siempre! No, que en la lid generosa
tronarás con acento sublime,
cuando Cuba sus hijos reanime,
y su estrella miremos brillar.
«¡Libertad!», clamarán, «en su pecho»
«¡Inflamó de su aliento la llama!»
y si caigo, mi espléndida fama
a los siglos futuros irá.


Volver al índice de poemas patrióticos


Regresar a biografía de José María Heredia y Heredia